Contemplar la cooperación al desarrollo desde la perspectiva del decrecimiento obliga a replantear completamente sus cimientos. El decrecimiento nos enseña que el problema no son los países del Sur, su hipotético “subdesarrollo”. El problema son los países del Norte, el modelo occidental que condena la sostenibilidad ambiental y social del planeta. La cooperación necesita incorporar este cambio radical de enfoque. Lo que se requiere cambiar es ante todo el Norte. El problema no es la pobreza, el problema es la “riqueza”, el consumo creciente y excesivo que nos ha llevado a vivir en un mundo de fantasía, en el que una tierra por sí sola ya no es suficiente. La cuestión social también tiene que entenderse desde esta perspectiva, ya que las desigualdades avanzan paralelamente al deterioro ecológico. Volver a respetar la sostenibilidad ecológica y social, no superar la capacidad de carga del planeta, enfrentar de manera solidaria la degradación irrevocable de la materia y la energía, deberían ser los contenidos básicos de la agenda de trabajo de la cooperación internacional.
Para el decrecimiento la sostenibilidad ecológica y la sostenibilidad social son indisociables. La reflexión del decrecimiento se resume en algo obvio: vivimos en un planeta finito y con recursos limitados en un contexto de materia-energía que se degrada irrevocablemente. Los modelos de sociedades humanas tienen que ajustarse a la capacidad de carga de la tierra y a sus ritmos de regeneración. La cuestión social se resume en un reparto equitativo de los recursos aprovechables, sin comprometer la supervivencia de la tierra, de la población viva y de las futuras generaciones. El crecimiento para el Norte queda descartado, mientras que podría quedar como objetivo únicamente para los países del Sur y “sólo hasta un nivel de vida modesto, que luego tendría que ser la regla para todos.” (Georgescu-Roegen 2003b: 123, traducción propia).
En el Sur, habría que desconfiar de las actuaciones que intentar
reproducir modelos de “desarrollo económico” provenientes de países del
Norte, cayendo en la misma lógica de agotamiento de recursos y energía.
De la misma manera, sería conveniente no transformar los modelos
agrícolas de acuerdo a las exigencias de la agricultura productivista o
de la exportación, sino conservar las prácticas sostenibles
ancestrales y defender la Soberanía Alimentaria de los pueblos.
Más que en los proyectos ejecutados en el Sur, la nueva cooperación
surgida a raíz del decrecimiento tendría que otorgar un papel
fundamental al trabajo en el Norte, reorientando la sensibilización y la
educación para el desarrollo hacia la promoción del decrecimiento y
del ajuste estructural de las sociedades occidentales. Para ello,
también se necesitará cooperación Norte/Sur, así como Norte/Norte y
Sur/Sur, en la búsqueda de nuevos caminos y modelos que devuelvan un
futuro a la humanidad y al planeta.