“A las mujeres como Bintu los hombres les tenemos miedo”.
Cuando a Fatoumata Bintu Correa le dicen que así hablan de ella sus
vecinos -hombres- asume convencida que en su región natal, Kolda
(Senegal), las cosas ya nunca serán igual. Se señala a sí misma con la
mirada, sin apenas gesticular y dice: "Aquí me veis: soltera. No soy ya
una mujer con la que ningún hombre quiera casarse". Lo asume con una
humildad y entereza digna de admirar si se echa un vistazo al entorno en
el que Fatou ha decidido cambiar su destino: no es una ciudad europea,
ni siquiera una capital africana, sino una región rural de la Casamance,
en África Occidental, con altos niveles de pobreza, desnutrición y
analfabetismo que afectan muy especialmente a las mujeres.
Comprender la carga de significado que tiene declararse
feminista en las regiones rurales de África se hace difícil desde una
mirada occidental. El riesgo de rebelarse contra tradiciones culturales y
trazar el camino de la igualdad es perderlo todo: los vínculos con su
familia, su comunidad y su etnia, lo que en cualquier sociedad
occidental supondría una exclusión social absoluta, sin derechos ni
reconocimiento ninguno.
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