1/5/12

Que no nos quiten la vida. Tenemos las ganas de vivir y de contarla!

Mujeres en todo el mundo son asesinadas por ser mujeres. Feminicidio: es la última consecuencia de sociedades machistas que, antes de matar, obligan a vivir a las mujeres una vida llena de violencia, que les afecta a ellas, y también a su familia, a sus hijas e hijos, a su entorno laboral, a toda la sociedad en su conjunto, sin que la justicia, ni los medios de comunicación, ni la opinión pública pongan en su sitio estos crímenes y construyan políticas, mensajes, acciones que, desde el periodismo, desde la cultura, desde todas las disciplinas, socaven la violencia y contribuyan a una sociedad igualitaria, que cuente con todas las personas, sean hombres o mujeres, y nos dé oportunidades para vivir en paz y en libertad.


Este debate es el que se ha abierto estos días -y que he podido vivir en primera persona- en un encuentro de mujeres que trabajan para erradicar la violencia y promover los derechos fundamentales que sí, también las mujeres tenemos: derechos sexuales y reproductivos, a la salud, a la cultura, a la educación... Y lo hacen desde las causas que originan violencia, y siempre escuchando y respetando a las mujeres en su entorno más inmediato. Porque para nosotras, es importante acercarse a cada una de las mujeres, y conocer qué piensan, qué quieren, qué necesitan, cómo ven sus vidas, qué es importante para ellas, qué desean expresar públicamente, cómo y cuándo es mejor para ellas que les ayudemos.

Esto no es fácil de conseguir. Hay que conocer bien el contexto local, las historias de vida, las culturas, los derechos que la justicia protege o no y los que los gobiernos convierten en norma o no. Para ello, necesitamos personas que trabajen día a día investigando qué derechos y leyes se cumplen o no, qué medios de comunicación hablan de ello y con qué mensajes, si éstos impactan en la opinión pública negativa o positivamente a favor de una conciencia colectiva que condene la violencia y exija sus derechos y, por supuesto, qué gobiernos contribuyen con sus políticas a una sociedad igualitaria.

También hacen falta recursos, humanos y, por supuesto, económicos. No hablamos en términos monetarios. Nuestros recursos públicos deben sustentar este trabajo, en colaboración directa con la Administración, la que gestiona nuestros impuestos en pro del bien común. Porque ninguna sociedad que genere violencia e inculque derechos puede construir nada.

Por este motivo, debemos entre todos, mujeres y hombres, ciudadanos del mundo, contribuir a este cambio y exigirlo desde nuestros espacios, y allá donde vayamos, allá donde trabajemos, donde vivamos. Porque desde lo más local a lo más global, todo comunica y todos comunicamos.

En este punto es donde queremos defender firmemente un trabajo que está contribuyendo a estos cambios, que no pueden darse sino a largo plazo, porque es fruto de muchas alianzas, debates, intercambio de conocimiento, experiencias desde muchas culturas, vivencias personales distintas, negociaciones políticas, construcción de mensajes, sondeos a la opinión pública... un sinfín de pequeños pasos que requieren de muchos recursos, de muchas personas que trabajan sin descanso, con muchas renuncias, por el bien de muchas personas que no tienen acceso fácil ni siquiera a conocer sus propios derechos, mucho menos a reivindicarlos. 

Muchas ONG españolas han logrado hacer visible el trabajo de hormiga de organizaciones bolivianas, ecuatorianas o peruanas, por poner el ejemplo vivido recientemente desde Lima, en pro de los derechos de las mujeres en sus comunidades, que reciban el apoyo necesario para transformar una dura realidad que no se puede hacer en dos días. Lleva años de trabajo, de sensibilización, allí y aquí, porque debe haber intercambio, conocer diferentes contextos, culturas y formas de abordar las situaciones, también diferentes formas de comunicarlas. Son convenios con visión de cambio, de incidencia política planificada con inteligencia y sentido común. Sin embargo, el gobierno español acaba de dar un varapalo a esta cooperación a largo plazo, poco tangible para los cortoplacistas. La mirada es corta. Pero no saben que las personas hemos tomado conciencia y conocemos otras salidas: el gran valor de la colectividad y la calle.

Estamos viviendo unos tiempos en los que todo parece desmoronarse pero debemos, justo ahora, destapar los porqués y echar una mirada atrás a nuestra historia. ¿Para quién se desmorona, quién tiene el poder, quién la voluntad, qué poderes y qué voluntades han podido realmente cambiar al final el estado de las cosas? Las crisis son oportunidades para cuestionarse modelos de convivencia, y sólo desde esta reflexión podemos dilucidar quién nos engaña y quién se nos muestra transparente. Hay alternativas, tenemos razones. Está en nuestras manos tomarlas y contarlas, individual y colectivamente.

En las nuestras, como personas que comunicamos para el cambio social, está la tarea de visibilizarlas, una a una, explicar a qué modelos se contraponen, y qué causas estructurales no atendidas, por falta de voluntad, comodidad, miedos, los han hecho perdurar hasta más allá de lo racional. Y lo que es más grave, intentar forzar su continuidad con soluciones o propuestas que no hacen más que reproducir los mismos esquemas: mantener las relaciones de poder que salvan a unos pocos y despojan de todos los derechos al resto. En esto, tenemos mucho que aprender, porque es relativamente fácil caer en esta trampa del sistema, y hablar su mismo lenguaje para salvarse. 


Pero así sólo estamos salvando nuestro rol de mediadores neutrales. Podemos mantenernos cómodamente en esta postura o ponerse de todas todas en nuestra verdadera piel, la del resto de la humanidad, y contarlo en primera persona, de manera beligerante, no puede ser ya de otra manera.

Dedico esta reflexión a las mujeres que he conocido en estos últimos días en Lima y nos  han dado sus miradas transformadoras y tantas fuerzas para contarlas: María, Sandra, Tomy, Marisol, Sandra, Ibis, Zenaida, Cristina, Ivette, Gioconda, Swamy, Marjorie, Magali, Beatriz, Patricia, Paola, Fabiola, Blanca, Lourdes Liliana, Elizabeth, Mirsa, Martha, y Javier. A mujeres de Bolivia, Ecuador, Perú y España.