9/11/07

La distancia, la nostalgia.

Camino por la calle de vuelta a casa y observo a la gente pasar a mi derecha, a mi izquierda, adelantar, cruzarse, tropezar, correr, pasear, detenerse ante los escaparates... De pronto veo en un rostro anónimo ciertos rasgos familiares, una mirada vivaracha que bien podía ser la de mi amiga Antonia. Aunque la dejé a 500 kilómetros de aquí, me da por imaginar que es ella: "Mira, Antonia, caminando hacia su casa, seguro que va con prisa, pero luego nos podremos tomar una Sandy en nuestro bar"-pienso. Por un momento me gusta creer que es ella, y que está por aquí cerca, haciendo sus cosas... ¿por qué no iba a ser así? Ni siquiera me da por pensar que nunca ha vivido aquí, porque me la imagino como si estuviera en su propia casa: "Vamos a la tienda de la callecita esa que venden un azúcar de caña muy bueno, de Motril". O "Vamos a tomar un té en este sitio tan chulo", o "a comer aquí, en este restaurante, que te gustará, hacen cus-cús". Y así la veo, en ese rostro anónimo, como si fuera ella, igual de desenvuelta que cuando paseábamos por Granada. Y entonces pienso en lo bien que se lo pasaría ella aquí, también.

Qué buenas amigas me he dejado allí. A veces la nostalgia se hace insoportable. Y suele ser cuando mejor me lo estoy pasando, rodeada de gente, de otros amigos, de nuevas experiencias, en otros sitios, a muchos kilómetros de tu casa, Antonia.

PS. Otro día hablaré de Pilar, que también está en la foto y de la que siempre creí que sabe mejor que yo lo que voy a hacer en cada momento. Eres una bruja, Pili.